Fundadora de Siento que a lo mejor soy presuntuosa al preocuparme de si mi niño es
talentoso. Esta es una de las reflexiones que muchas madres de chicos
brillantes se hacen muchas veces. La nuestra es una sociedad supuestamente igualitaria, que predica, al
menos en todos los medios y foros posibles, que no es discriminatoria, que la
democracia iguala a todos y que todos tienen los mismos derechos a educación,
salud, trabajo y justicia. Y entonces, en un contexto en que no se salvan las diferencias,
reconocer que nuestro niño tiene habilidades y capacidades extras o
especiales puede saber a elitismo. Y, con este pensamiento, como padres a
veces hasta nos sentimos culpables admitiendo que eso que cruza por nuestras
mentes tiene algún viso de realidad. En una reunión de grupo para padres de niños talentosos nos relataba
una madre que, al enterarse el colegio mediante un test de los talentos de su
hijo, la invitaron cordialmente a retirarlo del colegio ya que las autoridades
“no querían problemas”. En un viaje a dar conferencias sobre este tema en una gran ciudad del
interior, invitada por varios colegios, un periodista del principal diario
local me hizo un extenso reportaje. Nunca se publicó. La excusa del jefe de
redacción fue que “el tema de los chicos talentosos era un tema elitista” En Francia se tuvo que luchar mucho para demostrar que estos chicos
tienen el mismo derecho que los demás a una educación que responda a sus
necesidades – y
esa correspondencia es estricta justicia- y que eso es realmente una
educación en democracia, que todos hallen en la escuela la respuesta adecuada
a sus potencialidades. Sin embargo, es una sensación común en los padres y las madres de este
tipo de chicos, ante el colegio: prácticamente los ahoga el término talentoso
y se preguntan quiénes son ellos para tener un niño talentoso. No hay una
respuesta, pero hay algo más importante que toda palabra: la realidad viva y
palpitante de ese hijo dotado de capacidades especiales. Si nosotros vamos a ayudar a estos chicos en los problemas especiales
que puedan experimentar, como padres debemos reconocer sus habilidades y
aprender acerca de sus necesidades especiales, sugerir delicadamente a los
educadores que les toquen en suerte la realidad del hijo, buscar orientación
en quienes pueden apoyarlos. Y, por supuesto, una ocasional dosis de modestia es saludable y
constituye, además de una virtud sana, una buena estrategia para evitarle
sufrimientos y conflictos innecesarios. Sabemos cómo reaccionan otros
padres o madres cuando el nene talentoso es exhibido sin pudor por sus padres
en cualquier medio, diario, televisión, una exhibición inútil –aunque
satisface la vanidad familiar- que no enriquece para nada al chico y que sólo
lo coloca como víctima en el altar del sacrificio. Nuestra modestia nos ayuda a recordar que no todo el mundo comparte
nuestro conocimiento o nuestros
intereses en las necesidades del niño talentoso y para evitar sorpresas
recordemos que existen lugares apropiados y otros inapropiados para tratar el
tema. Muchas veces las personas que los rodean pueden carecer de perspicacia
suficiente para conducirse con ellos con el tino apropiado. Pero tampoco los
padres se dan cuenta enseguida de que afrontan un hecho que les da mucho
orgullo y, en la misma proporción, especialísima preocupación. No es prudente ni sano referirse habitualmente a mi hijo el talentoso. Pero no es presuntuoso reconocer en su corazón que su niño tiene habilidades especiales y estar alerta para cuando surjan los problemas. Debemos recordar, además, que el término talentoso no tiene valor de
juicio, pero que sí es un descriptor. En tanto usted no haga ostentación,
esto no puede recibir el equivocado mote de elitista. Me despido hasta el próximo número recordándoles la función de la
asociación: apoyar y orientar a los padres de niños talentosos y ayudarnos
entre todos, compartiendo la responsabilidad que significa un niño talentoso
en nuestra familia.
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